La Crin De Damocles by Javier Perez

La Crin De Damocles by Javier Perez

autor:Javier Perez
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
publicado: 2010-03-22T23:00:00+00:00


XXVIII

—¡No puede ser! —gritó Müller dando un puñetazo tal sobre la mesa que desparramó las colillas del cenicero.

El sargento Meisinger alzó una ceja, impasible. Los accesos de cólera de su jefe no le impresionaban lo más mínimo.

—Pues es lo que hay —repuso.

El comisario se pasó las manos por el pelo, tratando de tranquilizarse.

—¿Y dices que las descripciones de los culpables no coinciden?

—Eso parece. Y esta vez hay varias con lesiones. Treinta y cinco denuncias de muchachas a las que les han rapado el pelo en un solo día, y al menos una docena de ellas tiene lesiones. Ninguna grave, pero mañana la prensa nos va a escabechar. Siempre podemos decir que el tema se ha convertido en una plaga, o en una moda, y que donde antes había un delincuente aislado ahora parece haber toda una banda, pero no creo que nos sirva de mucho.

—Al médico se le paga por curar la enfermedad, no por hablar del microbio —apuntó Müller.

—Yo no sé decirlo tan bonito, pero sí, eso es: nos van a machacar.

Müller se levantó de su asiento.

—Esto tiene que ver con Krebs. La reunión de ayer en su comisaría no terminó como él quería. La cosa no resultó según como él planeaba, y nos está presionando por aquí.

El sargento echó un rápido vistazo a unos cuantos papeles ajados que acababa de sacarse del bolsillo.

—Mira. Son todavía las siete y media de la tarde y ya tenemos treinta y una. La fiesta empezó alrededor de las cinco, y lleva más de diez por hora, en todas las esquinas de la ciudad. Antes de que acabe el día habrá por lo menos setenta, ochenta o puede que hasta cien. Mañana seremos primera plana.

—Ojalá haya trescientas —respondió Müller con voz enronquecida.

El rostro de Meisinger reaccionó con una mueca de sorpresa.

—Es la única oportunidad que tenemos de que los políticos se convenzan de que hay algo extraño detrás de todo esto. Parece ser que unas veces fueron tipos altos, otras bajos, otras fornidos y otras enclenques. Ya no hay un solo esquilador misterioso. Ahora tenemos un buen rebaño de ellos, y hay que averiguar por qué.

—Deberíamos encontrar al original. Al primero. Quizá él nos diera alguna pista.

Müller se pasó la mano por la frente.

—A mí, en cambio, me parece que eso es inútil. Mi teoría es que el primero estaba loco, o lo hacía por diversión, o por algo que no hemos sido capaces de adivinar, y éstos lo han imitado para hacerme la pascua. Incluso podrían estar detrás los nazis o los comunistas para quitarme de en medio.

—No creo... —se opuso Meisinger.

El comisario Müller se echó hacia adelante.

—Todo lo que sea desprestigio de las instituciones va en su favor. Los comunistas se han pasado media vida buscando el descrédito de la policía, y esto podría ser obra suya, porque no sólo desacreditan a la policía en general, sino que de paso me desacreditan a mí, que soy el que los mantengo a raya.

Meisinger negó.

—Demasiado ridículo para ser obra de los comunistas. Ellos



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